El
pronunciamiento a favor de Urquiza
En
una de las tantas reuniones llevadas a cabo en la oscuridad de la noche,
para no caer en las manos de la autoridad, los conspiradores habían
resuelto plegarse a Urquiza ni bien éste cruzara el Paraná para
brindarle el apoyo más completo. Por entonces la Legislatura de Santa
Fe había autorizado al gobernador para disponer de personas,
propiedades y cuando fuese útil en defensa de Rosas, pudiendo dar
muerte sin trámite ni proceso a los que directa o indirectamente
se opusieran a sus órdenes o favorecieran al "loco, traidor,
salvaje unitario Justo José de Urquiza".
El
movimiento que en definitiva estalló el 25 de Diciembre de 1851, en el
Hueco de Cardozo, ubicado en las proximidades de la calle San Luis y
Mensajerías, estuvo comandado por el coronel Juan Agustín Fernández,
quien notificó a Urquiza: "A las 8 de
la mañana de hoy me he pronunciado con la valiente división a mis
órdenes en favor del Ejército de la Cruzada que V.E. tan dignamente
preside... Una comisión nombrada por el firmante, compuesta de los
señores Corvalán, Lara, y Bayo pasan a felicitar a V. E. en nombre de
este vecindario: ellos manifestaran "in voce" el entusiasmo de
los patriotas..."
El
general entrerriano comprendía el valor estratégico que aquella
población tenía para sus objetivos. Hasta entonces había sido el más
importante centro de operaciones de las tropas federales en el litoral.
El
Ejército Grande acampó en las afueras de la ciudad, y allí se sumaron
las tropas rosarinas, que sumaban más de mil hombres, y dos mil
quinientas cabezas de ganado, un refuerzo de incalculable valor para la
última etapa de la campaña hacia Buenos Aires.
Antes
de que Urquiza entrara en la Villa lo hizo el teniente coronel Domingo
Faustino Sarmiento, uno de los más encarnizados adversarios de Rosas,
trayendo consigo la primera imprenta que conoció la ciudad, y que
tenía por finalidad imprimir los boletines de campaña. Fue recibido
por Marcelino Bayo, juez de Paz; el cura párroco, oficiales de la
milicia y principales vecinos.
Al
día siguiente se distribuyó la primera hoja impresa en Rosario, que
llevaba la firma de Sarmiento.
En ella sentenció: "El Rosario está destinado por su posición
topográfica a ser uno de los más poderosos centros comerciales de la
República Argentina".
Los
rosarinos coadyuvaron en forma decisiva en esa campaña, sublevándose
abiertamente contra Rosas, el que fue derrotado en los campos de
Caseros, el 3 de febrero de 1852 en los campos de Caseros.
Los
dos batallones integrados por vecinos de Villa del Rosario, a las
órdenes del teniente coronel Juan Agustín Fernández y del mayor
Dámaso Centeno, se batieron con singular denuedo, cabiéndole la gloria
de haber participado de una campaña que condujo al país por la senda
de su organización constitucional definitiva.
Vencido
Rosas retornaron a Rosario sus milicianos, quienes fueron felicitados
especialmente por el general vencedor, con la promesa de que los
ayudaría en sus aspiraciones de progreso. Hacía 130 años que había
surgido un caserío en torno del humilde oratorio del Pago de los
Arroyos, y 29 que la aldea de la "Capilla del Rosario", había
recibido la categoría de "Villa", bajo el patronato de
Nuestra Señora del Rosario, pero aún sufría postergaciones en el
manejo de su propio destino.
Juan
Alvarez escribió que con la victoria de Caseros se inició una nueva
era para la ciudad: "todo ha de verlo llegar en pocos años la
oscura y pobre villa, antes maniatada y empobrecida por errores
políticos o económicos. Los rosarinos diéronse cuenta inmediatamente
de lo que significaría para el país y para ellos mismos el cambio
fundamental a que estaban asistiendo".
Por
su parte, Miguel Angel De Marco, actual presidente de la Academia
Nacional de la Historia y uno de los más documentados especialistas del
período en cuestión resumió aquellos días claves con las siguientes
palabras: "El decidido apoyo que Rosario brindó a Urquiza en su
campaña contra Rosas constituyó la piedra de toque de su rápido
crecimiento".
La ley
declaratoria de ciudad
En tal
sentido, con fecha 9 de junio de 1852, Urquiza escribió al gobernador
de Santa Fe, don Domingo Crespo, para que procurara erigir a Rosario en
ciudad, interviniendo en estas gestiones Nicasio Oroño, quien con sus
27 años de edad iniciaba una promisoria carrera política. El
mandatario provincial gestionó por sí mismo, ante la
Junta de Representantes, para que sancionara la ley respectiva, la que
fue aprobada el 3 de agosto y promulgada dos días más tarde.
Los
legisladores santafesinos no ocultaron que con la resolución favorable
de la cuestión respondían a un pedido político emanado del nuevo
dueño de la situación nacional: "atendiendo a los merecimientos
de la villa y a las muy atendibles y preferentes solicitudes del
Excelentísimo señor Director Provisorio de la Confederación, ilustre
general Don Justo José de Urquiza y del actual gobierno de la
provincia".
El texto de
la ley que la elevaba al rango de ciudad "con las prerrogativas y
fueros correspondientes" explicaba los motivos tenidos en cuenta:
a) su
posición local, que la ponía en contacto directo con el interior y el
exterior
b) por su
crecido número de habitantes
c) por su
comercio activo con todos los pueblos de la República
Dos días
más tarde, Crespo, junto a su ministro secretario general Manuel Leiva,
puso a la ley un cúmplase solemne pero la dirigencia provincial,
cumplida la finalidad principal de satisfacer a Urquiza, no se preocupó
por ponerla en vigencia. Como bien lo señala Juan Alvarez, "seis
años transcurrirían antes de que se organizara a las autoridades
municipales, y requirió dos años más instalarlas". Hasta
entonces siguió sujeta a los dictados de la Capital provincial, bajo la
égida de un juez de paz.
Integraban
aquella legislatura santafesina, presidida por Urbano de Iriondo,
Mariano Comas, Ricardo Aldao, Manuel I. Pujato, José Iturraspe,
Patricio Cullen, Caracciolo de Larrechea, Tiburcio Aldao y Cayetano de
Echague.
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